sábado, noviembre 12, 2011

OTRAS FIERAS


Lo que no olvida de Tucumán es el aroma del lapacho. Por él regresa, en esta tarde de octubre. Porque sabe que está en flor, así de simple e inevitable.
No vuelve tanto por sus padres viejos ni por su novia nueva, todo se desdibuja con la distancia y el tiempo, pero los aromas, y con la fuerza de una pasión el del lapacho, lo llevan de vuelta, esta tarde, y cruza feliz desde la plaza hacia la terminal de ómnibus de Retiro.
Los pibes -no más de quince- son tres.
Uno que se le pone a la par, otro adelante y otro que camina por detrás, en medio de la multitud ciega que como él cruza la plaza. Le pide plata, el bolso, lo que lleve puesto el que camina a la par y los otros acortan la distancia para que entienda, pero él, acostumbrado a lidiar con otras fieras en los hoy lejanos montes de su provincia natal hace un movimiento, un reflejo defensivo como si todavía lo amenazara un puma desde la espesura o en la picada del cañaveral se le hubiera cruzado una cascabel.
El reloj de la plaza da sus campanadas de las siete de la tarde, siete campanadas y con la última los primeros gritos, la multitud que apenas si abre los ojos, el cuerpo exánime sobre su propia sangre que huele tanto a lapacho en esta tarde de octubre, tan lejos de Tucumán.

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