Gente que porque escribís
novela negra cree que sos experto en crímenes, en modos de ocultarlo, en
impunidades, en autopsias y entierros. Que tenés de aliados a forenses y policías,
que tenés informantes en el hampa, amigas en los prostíbulos, confidentes en
las cárceles y que entre todos te soplan las historias, sus complicaciones, los
desenlaces.
Hay quien se reúne con alguno
de estos ayudamemorias antes de escribir novela negra, con varios, con todos o
con otras insospechadas fuentes de información.
Yo no.
Soy un solitario. A solas con
la literatura, de eso se trata lo mío.
De citas clandestinas, de
amor furioso hasta que escampe y vuelva el sol del absoluto desamparo de los
escritores.
Tan solitario soy que no me
importan el mundo, sus desdichas, el hambre, las guerras, la desolación, el mal
absoluto ni los ángeles y sus cadenas de amor eterno.
Tan solitario soy y tan ajeno
al dolor que me rodea y a la esperanza ciega que intenta aliviarlo, que cuando
escribo no consulto ni a mi almohada, pateo a mi perro, le piso la cola al gato
y llamo a la policía si un pordiosero golpea a mi puerta.
Tan furiosamente solitario
soy que cuando escribo dejo a un lado los ideales que nunca tuve y la sola noción
de libertad me repugna.
Soy eso, amigo, mal que nos
pese y cuando escribo.
Un esclavo al que no dominas
ni a latigazos ni con hierros candentes, un miserable condenado a resucitar
historias muertas hace siglos en las mazmorras de tu conciencia.
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