Un escritor
se construye a sí mismo destruyéndose. Desmontando en silencio todo lo que le
pese como escritor, desarmándose de defensas que lo paralizan.
El elogio
desmedido, el ditirambo, el ego sobrealimentado como chancho para las
navidades, acaba destruyendo aquello que se propuso construir.
El tuyo
no es un oficio que se lleve muy bien con los aplausos ciegos, con la
corruptela de una sociedad sostenida por la mentira y la represión.
No sos
mejor escritor porque te digan que sos el mejor ni porque haya otros peores.
Sos escritor,
sos las palabras.
Sos el
alarido que no nace del grito sino del poema o a veces, sólo a veces, del párrafo,
la oración inconclusa sobre la balsa de náufragos a la deriva en el mar de una
novela.
Sos la
intención de hablar de los infiernos cuando la felicidad te abruma.
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