Un
amigo mexicano me dice que tal vez Sanjuana Martínez deba llamarse a silencio,
ya que muchos periodistas han sido asesinados en México. Le manifiesto mi deseo
de que no suceda, de que entre todos quienes conocemos y apreciamos la tarea de
Sanjuana deberíamos evitar que eso ocurra, simplemente porque sus lectores, que
son muchos, la necesitan.
Pero
me quedo pensando en que lo mío es apenas una expresión de deseos. No tenemos
derecho a inducir a nadie a convertirse en mártir de ninguna profesión. Por importante
que sea develar la verdad, denunciar negociados, corruptela, crímenes. Debe
haber maneras de hacerlo sin jugarse la vida en el intento.
Es
un lugar común afirmar que la vida es a riesgo puro. Pero convengamos en que,
aunque la profesión periodística esté sujeta a menudo a presiones y hasta
amenazas, no sirve inmolarse.
Pienso
en Walsh, es inevitable. Lo veo redactando su “Carta abierta a la junta militar”
a modo de testamento ético. Walsh era un militante revolucionario y tuvo que
saber que salía a dar una batalla que la dictadura ya tenía ganada. No sé si
intentó ponerse a salvo –a lo mejor alguien que haya leído o investigado sobre
esas horas posteriores a la publicación de la carta pueda decirlo.
Pero
Walsh era además y sobre todo, un periodista. El acto de la escritura de su
carta abierta a la dictadura lo encontró solo. ¿O alguien estuvo con él para
alentarlo o disuadirlo, o simplemente acompañarlo?
El
estado mexicano es una democracia. Sin embargo, bajo Felipe Calderón los
asesinados y desaparecidos ya suman más que las víctimas de la dictadura
argentina de 1976. La espiral de violencia creció hasta volverse insoportable
durante la gestión de Calderón que ahora termina. Analistas políticos
interpretan que el triunfo del PRI tiene que ver con que sus votantes
identifican a ese partido como el único que puede “convivir” con el
narcoterrorismo y apaciguar tanto sangriento descontrol.
¿Pero
qué acuerdos espurios maneja el PRI para evitar que el narco siga matando a
mansalva, qué códigos, qué precios pagaría y ha pagado ya bajo su
administración de décadas?
Los
que fueran, sólo garantizan –o pretenden hacerlo- un orden basado en la
impunidad de una metástasis que afecta al cuerpo de sociedades del llamado
primer mundo, cuyo liderazgo en consumo de drogas ejercen los Estados Unidos.
Cualquiera
que se acerque un poco al “problema mexicano” –como hipócritamente se lo
califica-, advertirá que si hay un combate que debe darse, que podría tener
alguna posibilidad de éxito, ese combate es político. Por eso se había despertado
una saludable expectativa de cambio mientras López Obrador parecía tener chance
de suceder al PAN. Pero el PRI ganó por una diferencia que el fraude, si se
comprueba, difícilmente pueda zanjar.
En
estos dos últimos días, toda nuestra solidaridad estuvo con Sanjuana Martínez,
que vivió una breve, intensa pesadilla, sometida al arbitrario “castigo” de una
jueza corrupta.
La
pregunta que deberíamos hacernos –que me hago hoy, a modo personal- es si no
estaremos equivocándonos al alentar a la querida Sanjuana a seguir su lucha. Me
pregunto además si estoy usando el término correcto, si la palabra lucha no es
en sí misma una desmesura cuando la profesión periodística no es la guerra.
Para eso están los soldados. Un diario no es un ejército, un canal de TV no es
un portaviones desde el que despegan aviones de combate, una radio no es un
bombardero sobrevolando objetivos militares.
A menudo
la grandilocuencia desvirtúa aquello que pretende engrandecer. El periodismo no
es “un sacerdocio” ni una cuestión militante, aunque el debate hoy esté abierto
–y legítimamente- en la Argentina. La
militancia es otra cosa e implica un grado de entrega y un compromiso personal
cuyos límites sólo estarán dados por la vocación y el coraje de sus
protagonistas. El periodismo es un trabajo –y en la mayoría de los casos,
asalariado. A nadie se le ocurriría exigirle vocación y coraje a un obrero
metalúrgico o a un minero: sus luchas colectivas se libran para obtener
reivindicaciones laborales concretas. Y aún cuando esas luchas alcancen a ser
políticas o hasta revolucionarias, no se libran en soledad aunque haya líderes.
Sencillamente porque entre los proletarios hay clara conciencia de que sólo
unidos y entre todos es posible enfrentar a las patronales, lograr
reivindicaciones o alguna clase de liberación política y social.
¿Por
qué pedirle a un periodista que se juegue la vida? ¿Por qué inducirlo a que lo
haga, si sabemos de la soledad y de la frecuente indefensión en la que
desempeña su trabajo?
Preguntas,
nada más. Interrogantes que se me plantean ante el “caso” de la querida
Sanjuana Martínez.
Por favor, cuéntenos cómo conoció a Sanjuana. Saludos desde la Ciudad de México.
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