Borges citaba autores apócrifos que los estudiosos de Borges, por no investigar sus dichos porque era Borges o por pereza, citaron como existentes. Esos autores escribirían textos inolvidables que hasta despertarían cierta benevolente displicencia en Borges y una profunda admiración en los adoradores de Borges.
A diferencia del gato de Relusol, Borges se miraba a sí mismo multiplicado en infinitas imágenes ante las que sonreía como frente a desconocidos, nada más que por caer amigable o simpático a esas idénticas multitudes.
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