Herencia o lacra del posmodernismo, ser hoy tildado de “progresista” equivale a una descalificación. Así, con descalificaciones, se cierran los debates. Desde los más o menos sesudos e importantes hasta los pretextos para ejercer alguna clase de frivolidad que no caiga en la estupidez.
Una lástima que la descalificación haya devenido en moda y, por lo que vemos, perdurable. Si se defienden causas que antes eran justas, hoy se lo hace porque “se es progre”. Y al cajón.
Desde su infinidad de monitores en calles, plazas, paseos y baños públicos –y privados-, Big Brother se relame y sonríe tipo Gioconda.
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