Los padres separados no la tienen tan fácil como sugieren sus ex mujeres. Ver a los niños respetando un régimen fijo de visitas, o cargar con ellos a la hora de salir de vacaciones, por ejemplo, son las ocasiones más frecuentes en las que un padre debería disfrutar de sus hijos, aunque puede complicarse cuando ese padre tiene un oficio como el de "killer" -asesino a sueldo, que le dicen.
Carlos Salem toma a su personaje, "Número Tres" -como lo mentan en la organización a la que pertenece-, también conocido por su familia como Juanito Pérez Pérez, justo a la hora del relax, del dolce far niente. Tratándose de un asesino, a primera vista no parece que contar su peripecia pudiera despertar la simpatía de nadie, mucho menos la empatía del lector. Y sin embargo Salem lo logra, sin golpes bajos, tomando distancia de los efectismos, iniciándonos en la compleja sicología del matador a partir de sus virtudes morales -que las tiene, como cualquier hijo de vecino.
La "empresa" se entromete en sus vacaciones y obliga al protagonista a cambiar de rumbo y desembarcar en un campamento nudista. El pobre tipo -porque a esta altura del relato ya estamos de su lado- no tiene en claro por qué lo mandan allí, aunque tiene sus sospechas y arma sus conjeturas, que va compartiendo -a medias- con el lector. Mientras tanto, sus hijos, su ex mujer que llega al mismo campamento y se instala en el predio vecino, otra mujer que empieza a filtrarse en su vida, relaciones circunstanciales y sospechas, muchas sospechas de que el galimatías irá a desembocar en un peligroso desenlace.
Lo que en un autor menos avezado podría sonar hasta inverosímil, Salem lo vuelve verdad. Las contradicciones del terminator español son muy humanas y el lector las comparte hasta con afecto. La muerte, materia prima de su oficio, queda lejos del escenario en el que se desarrolla el conflicto novelístico, aunque se cierna como previsible tormenta.
El juego de cajas chinas que supone la novela es parte de la trama que se irá develando, como corresponde, en las últimas páginas de "Matar y guardar la ropa". Pero en todo su desarrollo, el talento de este escritor argentino -radicado en España desde hace veinte años- nos acerca a unos personajes inquietantemente próximos. Y demuestra, como sólo la literatura puede hacerlo, que ninguna conducta humana se gesta en soledad, que todo lo frágil y lo muy poco que habrá de trascendernos lo aporta la vida en sociedad, las relaciones de poder, los desencuentros del amor, la vieja canción de las penas sin consuelo.
"Matar y guardar la ropa", 248 páginas. Editó en España SALTO DE PÁGINA
Recientemente leí "Noches de Pelayo". Qué cuentazo. ¿Tienes pensado publicar una colección de tus cuentos? He leído los otros que circulan por la red así como los que subiste al blog "El Árbol del Vaticano" y me preguntaba si hay más en camino. Saludos.
ResponderEliminarGracias, Gonzalo, siempre es un placer llegar a lectores como tú. Sabes que editar cuentos no es sencillo, las editoriales creen que "no es negocio" y ellos son los que mandan, por ahora. Me gustaría hacerlo, claro, veremos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Guillermo
Completamente de acuerdo con la reseña, Guillermo. Descubrí a Carlos hace poco y me he leído sus tres novelas del tirón y también he hecho reseña en mi blog. Me ha parecido un gran descubrimiento por el surrealismo, la poesía y la ternura que destilan sus novelas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y deberías conocer al autor -lo cual no siempre es bueno, pero sí, en el caso de Carlos.
ResponderEliminarUn abrazo.