Esa mujer pasa caminando a mi
lado, sin mirarme. Pero su sombra es la tuya, la reconozco y te llamo.
La mujer se detiene y me mira
con curiosidad.
-No te conozco.
-Pero sos Amalia.
Niega con la cabeza, nunca ha
sido Amalia.
-¿Por qué te detuviste,
entonces?
Sonríe, sabe o intuye que no
estoy ensayando un ardid para entablar una conversación.
-Tu voz- me dice. –Reconocí esa
voz.
Nos miramos largamente. Podríamos
conocernos pero preferimos seguir nuestros respectivos caminos.
Sombras y voces andan por la
ciudad, caminan detrás de extraños, nos buscan.
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