Se durmió entre sus brazos.
Se habían amado como siempre
lo soñaron: sin promesas ni remordimientos ni culpa. Cuando amaneciera se dirían
adiós y no habría promesas de reencuentros, ni de cartas, ni de llamadas.
Al despertar, él no estaba,
no la había esperado.
Debió levantarse durante la
madrugada, sigiloso, preguntándose quizás por qué todo si mañana. Le había
mentido cuando habló del vacío al que prometieron no asomarse, mentira.
Se vistió despacio, perezosa,
malhumorada. Abrió la ventana al aire frío y salado del mar, inspiró,
satisfecha aunque también decepcionada por el poco valor de las promesas.
Se inclinó sobre la baranda
del balcón y se dejó caer como anoche sobre la cama. Veinte pisos más abajo, él
la esperaba. Nadie lo había visto salir en plena madrugada. Ni a ella, tan
temprano en la mañana.
Recién al mediodía y por una
llamada anónima llegaron la policía, el forense, los de la televisión.
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