Guardé los versos de tus
quince años cuando yo apenas tenía catorce. Te veía tan lejana entonces, tan
mayor, tan de abofetearme con tu risa, de señalarme a tus amigas como a una
mascota cargosa.
Soñaba con estar a tu lado y
declararte mi amor eterno. Nunca habíamos hablado ni habían estado nuestros
cuerpos a menor distancia que una vereda con sus sombras y perfumes.
Hoy encontré en un arcón los
versos que publicaste en la revista de la escuela, la que armábamos en tercer
grado con cuentos y poemas de todos, los nosotros de hace cincuenta años.
Salí luego a la calle,
repitiéndolos, casi cantándolos.
Un auto dobló desde la
esquina y se acercó despacio. Un auto antiguo, un chevrolet enorme y pesado,
una antigüedad que, como otros peatones, me detuve a ver pasar.
Allí ibas, te llevaban quién
sabe a dónde y recordé la epidemia de polio de la década del ´50, los llantos,
tantas maldiciones y preguntas que Dios nunca respondió.
Alguien a mi lado comentó que
aquellos eran autos, los de antes.
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