Atrapar al último criminal de
la noche sabe como el trago del estribo, el que se toma aguado y tibio porque
el hielo ha estado fundiéndose despacio en el vaso y el cana de homicidios se
había quedado esperando a que ella volviera, desde que anunció que iría a
retocarse el maquillaje.
El último criminal de la
noche anda en silla de ruedas y los tres canas de la comisión policial saben
que no ha salido de su habitación llena de pulgas en el hotel infecto de
extramuros. Todo lo que hay que hacer es llamar a la puerta para darle tiempo
al tipo a que se defienda a balazos o se suicide.
El disparo en el interior de
la pieza sin impacto sobre la puerta suena a la segunda opción. Entran, los
tres policías, acomodan al ya cadáver sobre su silla de ruedas y se sientan a
esperar al forense y al juez de turno. De los tres, dos fuman y el otro se
sirve un whisky con hielo, no para beberlo sino para ver al hielo fundirse y
esperar a que algún día y en algún bar sin suicidas, ella regrese de haberse
retocado el maquillaje y se siente de nuevo a su lado.
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