Tenía 36 años cuando la
publiqué. Mi primera novela “en el mercado”, aunque perdí la cuenta de cuántas
escribí antes.
Mi amigo Rubén Tizziani –que nunca
fue muy complaciente- me dijo “por fin escribiste tu novela”. Ignacio Xurxo la
comentó elogiosamente en Clarín, cuando Clarín era simplemente diario corneta y
no multimediotodopoderoso.
Uno al que no voy a nombrar y
que a su avanzada edad no destella por su talento me dijo hace poco que “es una
mala novela”.
Entre el paraíso y la lápida
tal vez fluctúen las cualidades de mi primera novela editada.
La historia es la de “dos
hermanas unidas por ambiguos lazos”, según reza la contratapa (que no escribí
yo). Está contada en tercera persona porque me pareció deshonesto escribirla en
primera, pero se narra desde una mujer de su época, con sus deseos y dolores de
parto.
Fue escrita mientras se
apagaban los aplausos y las lágrimas por la guerra de Malvinas, y la nonata
democracia nos estremecía de esperanza.
A lo mejor por eso.
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