Es, si se lo practica con cierto rigor y consecuencia, un ejercicio a veces poco placentero pero indispensable. Dicen algunos que al morir, sucede, pero entonces a quién le sirve si no podés contarlo ni enmendar nada de lo dicho y hecho.
El tema es despegarse de uno mismo, empezando por entender qué es ese ambiguo "uno mismo" y si es cierto que mal o bien lograste construirlo, o no hay nada allí, apenas el molde de una personalidad que alguna vez te albergó. Despegarse para intentar verte como te ven los demás. No de modo genérico, "los demás" como un todo que es casi nada, sino aquel y aquella, tu amigo, tu amor, tus adversarios y los que sin conocerte, o conociéndote como vos permitís que te conozcan, te odian, te aman o te ignoran.
Y sin trampas, sin buscar espejos, opiniones ajenas, viejas fotos, proyectos, frustraciones y promesas de suicidio o salvación. Podés hacerlo sin despertar a nadie, instalado en tu vigilia como un caminante en la alta montaña: encender, una noche, la olvidada linterna mágica de tu memoria y celebrarte.
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