Ella dice que me quiere y yo, que no puedo olvidarla. Acordamos volver a vernos, comprobar si algo de lo que decimos es cierto o es pura nostalgia de los mejores tiempos.
Bar de barrio, ventanal a una avenida algo ruidosa, tardecita de sol, brisa fresca del sur, cielo limpio. Me siento, pido un café, no sé por qué le digo al mozo que espero a alguien.
-Está bueno, eso- el mozo, joven, no más de treinta: -esperar a alguien, siempre es bueno esperar a alguien.
-Y que te quieran- digo, por hacer tiempo, comentar algo.
-Ah, eso ya es distinto- enigmático, el mozo. Repasa la mesa con un trapo, barre unas migas de la consumición anterior y sombrío, ahora: -¿Café, me dijo?
-Café- confirmo y es lo último que habré dicho esa tarde porque a la hora de irme dejaré un billete de diez sobre la mesa, que incluye la propina.
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