Volvés a verlo, calle por medio, treinta años después. No ha cambiado tanto. O si cambió, sabe esconderse del paso del tiempo. Lleva del hombro a una mujer muy joven. Podría ser su nieta, aunque sabés que no, y se nota desde este lado de la calle. Es bonita, alta, delgada, y él está bien, ríe y la hace reír mientras detienen a un taxi y suben.
Recién al alejarse el auto te das cuenta de que eras vos, te acordás de lo que dijo entonces y de la risa, y de la noche que acabó mal, en un departamento oscuro, él sentado en el piso, lloriqueando y vos que saliste, dando un portazo, corriste por calles desiertas hasta llegar aquí, a este otro lado de la calle, sólo por verlos, por soltar el llanto que entonces, hace treinta años, fue imposible.
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