De pibe no le temía tanto a
los vampiros y frankesteines como a la muerte de mis padres. Temblaba
imaginando el día, la hora oscura, el último aliento y levantarme, a partir de
entonces, y no encontrarlos.
Crecí, viví como pude y
cuando murieron ya no estuve cerca. No con la cercanía que imaginaba en mi
infancia, la de despertar y todavía medio sonámbulo caminar hasta donde
estaban, sobre todo en los feriados, mi madre y mi padre hablando en voz baja,
riéndose, celebrando que por fin me despertara, incluyéndome en su mundo
inasible para mí, tan lejano y cálido.
Ahora que me levanto con la
certeza de no hallarlos, siento que crecer es andar descalzo, en puntas de pie,
medio sonámbulo, al encuentro de unas risas que ardieron durante la noche hasta
apagarse, momentos antes de que yo abriera los ojos.
Me identifico totalmente con lo que tan maravillosamente cuentas. Cuando murieron mis padres fui consciente de que jamás el sol, la luna y las estrellas lucirían con el mismo esplendor. Enhorabuena. Un beso.
ResponderEliminarCálido y hermoso escrito.
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