Mi amigo de la adolescencia,
compañero de la secundaria, partisano en la soñada toma por asalto del futuro,
se fue un día a pasarse un año becado en los Estados Unidos. Teníamos 16.
Recuerdo haber ido a despedirlo a Ezeiza, con otros compañeros, y regresar luego
a Buenos Aires con la sensación de haberlo perdido.
Volvió al año, ya formateado
para otra sociedad. Terminamos la secundaria y cinco o seis años más tarde, mi
amigo partió a Inglaterra con su graduación universitaria.
No fue el único en irse pero
hoy lo recuerdo especialmente porque, ante la reiteración de episodios de
violencia social y política en Argentina que ingenuamente creí que eran cosa
del pasado, pensé en llamarlo a su bucólico pueblo en el Reino Unido en el que
vive, ya retirado de su actividad profesional.
Pienso en él y en tantos que
se fueron.
Y me pesa este duro exilio al
que llaman patria.
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