Arranco con un fragmento de
la novela que escribo en el que todos deberían estar cagándose a tiros y acaban
hablando de Shakespeare y de Hegel.
Creo que me quitaré el
chaleco antibalas y pediré que me calcen el de fuerza.
Para algunos -entre los que
me cuento- la literatura es un oficio demoníaco.
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