Subo a una moto, en el sueño.
Acelero por calles desiertas de mi eterna ciudad desconocida: Buenos Aires.
Oscuridad, madrugada –pienso mientras
sueño, para no aceptar que el vacío te ha fundado de nuevo, antiquísima barraca
de inmigrantes, desolado patio de bailarines canyengues, de duelistas que
amenazan acuchillarse el espanto.
En la guardia del hospital me
dicen que no fue nada, que van a dormirme un rato, otro sueño dentro del sueño.
El sacerdote en la cumbre de
la pirámide levanta sobre mi cuerpo echado sobre el altar de los sacrificios su
puñal de diamante.
Para qué abrir los ojos.
A ése que aún anda por ahí.
Me parece una narravción preciosao
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