Después del paso de las
carrozas, los tragafuegos, saltimbanquis y bufones travestidos, el hombre solo
que se había refugiado en el humo de su pasado apartó de un manotazo las últimas
nieblas.
Miró una vez desde su ventana
la calle ya vacía y sucia, una ráfaga de viento desnudó las pleitesías de ésa,
su última noche, arrancándole con su garra helada el vestido inútilmente blanco
con que se había disfrazado de su primera novia.
Se baleó la cabeza un par de
veces, como a quien le cuesta convencerse.
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