Es rigurosa, obsesiva con los
horarios, no tolera retrasos cuando te cita. Claro que el castigo que pueda
luego infligirte no se compara con su beneplácito si te ve llegar a la hora
señalada.
No tiene otro modo de darte
su podrido afecto que celebrar tu puntualidad, tenés que comprenderla mientras
marchás a su encuentro, silbando bajito, deteniéndote en el puesto de flores
para comprar ese ramo que por esta última vez no será para ella.
No la defraudes, sé puntual: tu llegada
tarde o tu ausencia serán devastadoras.
No te espera, toda tardanza
le resulta intolerable. Tanto como el tiempo sin fronteras que te condenará a
dejar pasar, si esto sucede.
Fumando, leyendo libros que
no te importan, escribiendo historias que se borran, atento al celular que habrá
quedado mudo, cubriéndote de polvo en el rincón más oscuro, esperando ese último
trago mil veces prometido.
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