Le llevó tiempo descubrir el
excesivo tamaño de su sombra. Media vida tardó en darse cuenta de que la
proyección de su cuerpo eclipsaba sus pasos, lo definía como el gigante que no
era.
Claro, la costumbre de andar
a puro mediodía, la ceguera inconclusa del amor no correspondido, los finales
abruptos, todo lo que de impensado llevaba en su mochila de viajero circular,
le impidieron volverse, darse vuelta, dejarse abrazar por él mismo hasta la
asfixia.
No hubo cadáver que reconocer
para sus deudos.
Sólo oscuridad.
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