No es distinta de otras
piedras. El hombre la recoge porque le ha llamado la atención la fosforescencia
en la noche, un círculo azul en el césped del parque. La apoya en el cuenco de su
mano izquierda y al instante la insensibilidad y el peso le revelan que ya es
de oro. Espantado, la deja caer pero es tarde: un río de oro corre por sus
venas, inunda sus cavidades y se estanca en su cerebro. Ya no ve ni habla ni
piensa, sólo sueña.
Se ve internándose en el
parque, recogiendo la piedra y en su sueño, que es el último, el hombre refulge
como un extraviado sol de los desiertos.
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