Marta es una mujer joven, lo
que llaman clase media baja. El eva test, tan confiable como cualquier prueba
de laboratorio, le permite enterarse de lo que no quería enterarse sin ir al
hospital a sacar y esperar largos turnos.
Lo busca para contarle, para
que también él se entere. Una mujer vieja abre la puerta de lo que hasta hace
unos días fue su casa y le dice que no está, que no ha vuelto desde entonces. ¿Qué
quiere decir con “entonces”?, pregunta Marta. -Desde que se lo llevaron.
Marta pregunta quiénes, la
mujer vieja no sabe, no los conoce, abrieron la puerta y él los recibió como si
los conociera; le pidieron que fuera con ellos, que era cuestión de un rato, un
par de horas. Pero no volvió.
-¿Policías?
O amigos, quién sabe, se
abrazaron, hablaron de mujeres, de fútbol, lo que hablan los hombres, tomaron
vino antes de irse.
-Esa botella-, señala, la
mujer vieja, una botella vacía sobre la mesa del comedor. -¿Quiere pasar a
esperarlo? A lo mejor vuelve hoy. Nunca se sabe.
Marta entra en la casa, una
modesta casa de trabajadores en Valentín Alsina. Un televisor despide noticias
de crímenes, huelgas y tormentas inminentes. La mujer vieja le ofrece vino.
-El mismo que tomó él antes
de irse. ¿Le traigo un vaso?
Marta acepta, la mujer abre
un armario y pone una botella llena al lado de la vacía.
-Bebamos- dice: -Por su
regreso.
Beben despacio, sin hablar,
mirando un poco a la televisión, otro poco a las dos botellas.
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