No puedo dormir. Tampoco la ciudad, gente en los bares, autos vacíos en doble fila con el motor en marcha, relámpagos contra un cielo estrellado, calor y una luna redonda y gris, sucia, algo borracha.
Compro cigarrillos, enciendo uno, aspiro como si fuera el último antes de mi ejecución. Y vuelvo a verla.
-Hola, marciano- me dice, remera que amordaza sus tetas, falda roja que le cubre apenas el culo, tacos altísimos, melena morena y labios rojos: -¿de qué plato volador bajaste, esta noche?
-Hace calor, en este condenado planeta- por decir algo, por acercarme y que ella me pida un cigarrillo pero encendido por mí, y que lo aspire, como yo antes.
Cuando ya volamos fuera de la atmósfera me dice, asomada al visor de la cabina de comando:
-Lo bueno de ser abducida es que tu polvo no llega a mis ovarios, queda flotando, como los sueños inalcanzables.
-Lo bueno de ser marciano es que mi polvo es de estrellas.
Por decir algo, siempre, por no abjurar del infinito.
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