Muchos escritores se jactan de no contaminarse con posiciones partidarias, aún compartiendo políticas o decisiones progresistas con el gobierno de turno.
Otros prefieren transitar por la vereda del sol y andar tibiecitos si es invierno, o por las frescas alamedas del oficialismo, y firmar solicitadas y viajar por el mundo.
No va en estas posiciones y sus grises el talento de unos y de otros.
A lo sumo manifiestan cierta displicencia sobre el mundo de los que allá afuera se rasgan las vestiduras por conceptos tan abstractos como democracia, justicia y libertad. Algunos audaces se escudan en Borges, levantan su ejemplo, reconstruyen un Aleph donde todo sucederá sin otros tiempos ni subjetividades que los del narrador omnisciente, instalado en un recodo de la escalera que conduce al sótano.
Claro que a veces, caprichos de la historia, ese sótano puede ser el de la casa en Holanda donde redactó su diario una precoz escritora que se llamó Ana Frank.
El poder de la imaginación
Hace 1 día