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UN LIBRO POR AÑO
El mercado exige que publiquemos un libro por año, si no queremos quedar afuera. Como la mayoría de los escritores no vendemos una cantidad de libros que justifiquen esa continuidad, se hacen malabarismos para cumplir con el mandato del mercado, a ver si alguna vez la embocamos. Se escriben historias a ritmo frenético y calidad descendente, se escribe a cuatro manos con el editor, se escribe lo que quieren otros que se escriba, se escribe. Y cuando hay suerte, se publica.
Ahora asoma otro fantasmón,el libro electrónico, que devorará manuscritos con mayor voracidad aún. Acabaremos, los escritores de novelas, como acaban los autores de culebrones de emisión diaria en la tele. Y sin siquiera aspirar a cobrar lo mismo que ellos. Porque montar un culebrón exige una inversión respetable: actores, técnicos, decorados, equipos. Pero montar una novela sólo le demanda esfuerzo al escritor.
Cuando era joven, allá por el mesozoico, nos decían que había que leer mucho antes de pretender publicar. Y leíamos, a menudo nos aburríamos y a veces lo pasábamos espectacularmente bien, el talento ajeno nos desafiaba aunque también nos inhibía, leer era pararse frente a un espejo que no se complace con devolvernos nuestra imagen y suma otras que primero nos cuestionan y, al paso del tiempo, nos complementan.
El ejemplo a seguir, extremo, era Juan Rulfo. Toda una vida, dos novelas breves. O Borges, que no escribió novelas, descalificando en los hechos -porque era Borges- a todo el que lo hiciera.
En la busca de originalidad hubo también "anti-novelas": Otoño en Pekín, de Boris Vian, aburridísima y desconcertante. Rayuela, de Julio Cortázar, sin pies ni cabeza pero deslumbrante. Y entre una y otra, la nada. Es decir, nosotros.
Por suerte, quizás, o para nuestra eterna condena, vino el sunami de la ignorancia, la fuerza bruta del olvido. Hoy son cuatro gatos los que leen a Cortázar, a Borges, a Joyce, a Vian, a Rulfo. Y son millones los que escriben sin haber leído ni los diarios, los que publican sin leer en ediciones lujosas que los (nuestros) maestros no tuvieron, los que siguen las instrucciones del mercado y anuncian novelas que ni siquiera han escrito.
Soy escritor contra todos los consejos y desafiando aún los resultados de mi propia experiencia. No desoigo las imposiciones del mercado ni las opiniones de expertos en esto de vender libros. Pero a la hora de escribir, trato de "hacer jueguito", como en las prácticas de fútbol, subirla, peinarla, no dar un pase nunca, embocarla "de chilena" en el arco mítico de los que alguna vez descubrí y admiro. Y que una vez, por lo menos una, desconcierte a don Julio y le emboque un pelotazo de creatividad en el ángulo superior izquierdo y, generoso como era, me diga "bien, flaco, estás aprendiendo".
Tarde habrás piado, Julio. Son tiempos del "che-book", del broli delivery, la casa está tomada, la Maga deambula por París hablando como autómata, enviando y recibiendo esemeeses por el celu, una lluvia ácida cayó sobre la vereda de tu rayuela y le borró el cielo.
De vuelta de la Semana Nega, vengo a decirle que le eché de menos allá. Si usted me da una lista de a quién hay que sobornar o inclso intimidar para que lo inviten el año que viene, yo procederé encantada.
ResponderEliminarBeso.
Más los extrañé yo, metido en esta sierra frente al lago trucho, como dice su compañero. Con todo, un lujo que gente como usted me eche de menos y que otra clase de gente me ningunee, quiere decir que no voy por tan mal camino. Amigos que viajan desde la patria madre, el mes próximo, han prometido traerme tu novela. Espero que cumplan.
ResponderEliminarBeso, cuidate. Abrazos a repartir con el patagónico y toda la lechigada.